En la memoria de los habitantes de Tlatelolco nunca se borrarán las imágenes que vivieron el 2 de octubre de 1968: jóvenes heridos, vecinos detenidos por los militares y muchos cuerpos acribillados que yacían en la Plaza de las Tres Culturas.
Habitantes de la tercera sección de Tlatelolco recordaron lo anterior, al ver las fotos en EL UNIVERSAL, las cuales les causaron indignación, miedo, tristeza y enojo, por todos los hogares que sufrieron la muerte de algún ser querido.
Cada uno de los entrevistados narró su propia experiencia y lo que tuvo que vivir los días subsecuentes a esa fecha. Todos ellos fueron testigos de lo que ocurrió hace 33 años.
Entrevistada en el edificio Chihuahua (sitio que utilizaban los líderes estudiantiles como tribuna), Rosa Uribe Hernández, con 40 años viviendo en este lugar, recuerda que cuando comenzó la balacera, los estudiantes buscaron esconderse en los departamentos. "Algunos vecinos les abrieron sus puertas, otros no. Tocaban con una desesperación y llanto que no pude dejarlos afuera. Escondí a 30 jóvenes, todos ellos asustados igual que yo. Por más de cuatro horas estuvimos tirados en el suelo y sin hacer ruido. Afuera, se escuchaban gritos, el trotar de los soldados y el ruido de las balas.
"Después, volvieron a tocar la puerta. `Somos de la Cruz Roja, ¿tiene heridos o estudiantes escondidos?`. Les contesté que no, que sólo mi familia estaba conmigo."
Era una trampa, afirma doña Rosa, quien recuerda cómo los militares, a empujones y golpes, bajaban de las azoteas a los estudiantes, quienes se habían escondido en esos sitios. "Los que refugié en mi casa se fueron por la noche: salieron de dos en dos". A la medianoche, comenta doña Rosa, salí a la calle. Al atravesar la Plaza de las Tres Culturas me encontré con zapatos ensangrentados, dedos de personas tirados en el piso y muchos suéteres de estudiantes con perforaciones de balas.
Con paso lento, Ángel Suárez, quien llegó a radicar en esta unidad desde 1967, afirma que después de la matanza de los estudiantes, no había luz ni agua ni teléfono. Por ratos había luz, y es cuando veíamos los noticieros, pero nadie le dio importancia a esa masacre.
Integrante del Comité Olímpico, encargado de organizar los Juegos Olímpicos de 1968, recuerda que un día después de la matanza, personal del gobierno llegaba a los departamentos con el pretexto de arreglar el gas o la luz que estaban suspendidos.
"Desde mi ventana se escuchaban los quejidos y los llantos de los heridos. Muchos se desangraron ahí; nadie los ayudó". Con voz pausada, Hilda Bobadilla, quien vive en el edificio Estado de Guerrero, relata que los militares llegaron a fregar a toda la unidad. "Ya nada fue lo mismo".
Por meses, duraron los rondines de los soldados a los edificios. Nadie podía salir a la calle, si no presentaba su credencial de identificación, y recibos de luz y gas que concordaran con el domicilio.
Con más de 40 años viviendo en Tlatelolco, Martha Rodríguez lamenta que cuando se habla del 2 de octubre, sólo se refieran a los estudiantes a pesar de que hubo muchas amas de casa, niños y trabajadores de ferrocarriles que se encontraban en la Plaza de las Tres Culturas.
Acompañada de sus vecinas, María Elena y Belia Espinosa, quienes también vivieron sus propias experiencias, relata: "Yo me salvé porque fui a comprar pan, pero minutos antes había estado en el tercer piso del edificio Chihuahua, mirando el mitin en la plaza".
Cuando comenzó la balacera, muchas personas se quisieron refugiar en la Iglesia, pero estaba cerrada, y la puerta sirvió como paredón para muchos. Desde ahí, perdí la fe.
En los días posteriores, nadie podía asomarse por las ventanas, ni salir a la calle por las noches. Los días fueron muy difíciles, relata Martha Rodríguez, quien junto con sus amigas se encontraba platicando en plena Plaza de las Tres Culturas.
Belia Espinosa, por su parte, recuerda: "Pensé que eran balas de salva, pero cuando vi a la gente caer toda ensangrentada, corrí a esconderme. Muchos cuerpos quedaron tendidos en el asfalto. Después de esto Tlatelolco ya no fue igual".